El encuentro insólito
Ese martes no se parecía a los otros
martes. Los alumnos de la clase de castellano se habían decidido a presentar un
cuento en el marco del “Concurso de cuentos” anual. Al salir de la clase
una niebla persistente bañaba la ciudad con una luz insidiosa y me empujó a un
café alejado del centro de la ciudad. El lugar estaba tranquilo, lejos del
alboroto endémico de las calles comerciales.
Me senté, pedí una cerveza y abrí mi
portátil. Igual que mis compañeros de clase, tenía que buscar algunas ideas
para el bosquejo de nuestro proyecto colectivo.
Primero pensé en unos recuerdos de viaje.
¿Por qué no hablar de la “religión” del maté que se practica en las Repúblicas
de La Plata? Con sus fieles, y sus objetos del culto: la calabaza, la bombilla ,
la yerba , el termo.
Siempre en la misma región se podría
evocar la pelea crónica entre argentinos y uruguayos a propósito de Carlos
Gardel. Es una polémica que divierte mucho los franceses, los cuales saben que
el rey del Tango había nacido en Francia antes de emigrar con su madre. Para
esquivar la pregunta, Gardel él mismo decía: – “Nací en Buenos Aires, a
los dos y medio años de edad”.
Otra riña divide los peruanos y los chilenos en cuanto a la paternidad del “Pisco Sour” mientras que este cóctel sabroso fue inventado por un ingenioso marinero inglés en el puerto de Iquique.
Todavía me acuerdo de estos incontables autóctonos
que grababan sus iniciales en las piedras inmemoriales de la Gran Muralla
China.
¿Podríamos más bien cautivar a los lectores con la Isla de Pascua, tierra misteriosa donde cohabitan un puñado de isleños, algunos miles de caballos en libertad y casi mil Moais, estatuas enigmáticas de basalto para siempre petrificadas?.
Sin embargo, por imaginativo que sea, las
ideas de letra cursiva son una cosa, empezar a escribir es otra. Era incapaz de teclear la primera
palabra, impotencia que demuestra bien que no se improvisa escritor el primero
que venga.
En la mesa cercana a la mía notaba la presencia de un hombre muy mayor. Algo en su cara me recordó un poco al actor americano Ernest Borgnine. Estaba leyendo una revista española.
Se cruzaron nuestros miradas y me preguntó: – Me parece pensativo Caballero. ¿Tiene que hacer alguna labor difícil?.
– Tiene razón Señor. Participo en un concurso
de cuentos pero no se me ocurre nada.
El hombre tuvo una sonrisa cortés y –me
dijo: – Lo que es un desafío muy
excitante. Si me lo puedo permitir, creo que es un buen método quedarse uno
mismo en la ficción literaria. No trate de imitar a sus autores favoritos.
– Le agradecí que me haya prodigado este
consejo valioso, después salí porque tenía una cita.
El martes siguiente lo encontré sentado en
la misma mesa, un poco como Pablo Neruda que tenía la costumbre de comer en la
misma mesa del restaurante Venezia de Santiago. A todas luces, el hombre
frecuentaba este café con regularidad.
Le saludé diciendo: – ¡Siempre me ve
con mi página en blanco!.
– No es preocupante Señor. Todos los
escritores conocen un día un tal síndrome. Pero la inspiración siempre acaba
por llegar. Su comentario estaba lleno de sentido común porque efectivamente
conseguí hacer un primer esbozo en la tarde.
Un detalle singular me impresionó. Cada
vez que el camarero le dirigía la palabra, se expresaba con mucha deferencia.
La tercera semana ya aquí estaba este hombre afable como si me esperara desde siempre. Un poquito más tarde me vio vacilando de nuevo delante de mi pantalla y me preguntó: – ¿ Perdón, no es difícil escribir con una cosa llena de electrónica ? Personalmente nunca he podido utilizar un ordenador para escribir, incluso una simple carta. Esta herramienta deseca mi imaginación. Por ejemplo necesito un bolígrafo para escribir una palabra de amor. Juntando el gesto a la palabra, cogió un bolígrafo de su chaqueta. Garabateó una corta frase en el papelito después me lo dio. Con una caligrafía linda había escrito : “ A la mujer amada cuya ausencia me sume siempre en una tristeza excesiva”.
Extraída de internet |
– Desde luego –le respondí–
pero no es española.
– ¿ Ah no ?.
– Es venezolana.
Me miró mucho tiempo antes de
murmurar: – Extraño. ¡Como es extraño!.
Después de su respuesta –añadió: – Tengo que irme mañana por siempre.
A su marcha el camarero limpió la mesa y
lo oí decir: – ¡Ha olvidado su
bolígrafo ! ¡Oh! Hay unas líneas para usted.
En el papelito pude leer lo siguiente: “Un regalo modesto a mi amigo, el aprendiz
autor de cuentos. Muy cordialmente”.
Se lo mostré al camarero que –exclamó: – ¡Realmente Don Rómulo Gallegos es un hombre
atrayente y generoso !.
Los aficionados del
martes
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