La garra del
oso
Vuelvo a verme, joven escolar, siguiendo a mi madre al
cementerio de mi pueblo Casabajo, al pie del acantilado abrupto en el cual está
el pueblo Casarriba. Me gusta mucho pasear por la sombra de los cipreses y
fisgonear entre los misteriosos rincones entre viejas piedras esculpidas y
cruces labradas. Hoy, una piedra cubierta de musgo me llama la atención. Al
rascar la cubierta vegetal, descubro la huella un poco borrada de una garra de
oso: quizás, visto el tamaño, la lápida de
un niño; pero sin nombre ni fecha. Guardé el secreto de mi descubrimiento excepto
para mi amiga Magalie. Después de aquel día, durante nuestros años de juventud
en el pueblo, volvimos juntos a ver la piedra y a debatir sobre
su origen.
José Beille |
...El pastor de Casarriba dejó a su hijo cuidando el
rebaño de ovejas. El joven estaba sentado en una piedra a la sombra de un
árbol. Tocaba música aprendida en la
escuela con un caramillo. De repente, apareció el oso, mató una oveja de un patazo.
El chico atacó el oso con su caramillo, gritaba, llamaba a su padre. El pastor le
oyó, cogió su escopeta, se precipitó hacia el pasto. Amenazó el oso con la
escopeta, el cual se levantó en patas traseras, cogió al niño en los brazos: se
movió hacia atrás, atrás… y de repente
cayeron de la cumbre del acantilado al precipicio donde estaba el pueblo de Casabajo.
El sepulturero de Casabajo trabajaba no lejos del cementerio,
al pie del acantilado. Hizo un macabro
descubrimiento en el fondo de su jardín: el cuerpo de un niño dislocado,
ensangrentado, con todavía plantadas en su pecho las garras de una pata de oso
arrancada. Pasado su estupor, el hombre pensó que debía dar sepultura cristiana
al niño. Sabía que era necesario hacerlo en secreto: en esos tiempos turbados
de la Edad Media la peste hacía estragos en el sur del país. Se prohibió la
entrada al pueblo de los forasteros y de
encontrar algún muerto, hacía falta quemarlo. Llevó el pequeño cuerpo con las
garras del oso hacia el cementerio en una carretilla. Abrió una pequeña tumba
donde dejó el cuerpo. Puso sobre la tumba una piedra de la talla del niño y de
un golpe hábil de cincel, esculpió una garra de oso. Ninguna inscripción, ni fecha. El sepulturero escondió la piedra
debajo de ramas muertas.
Me desperté de
repente y conté mi sueño a Magalie. Nos quedamos mucho tiempo meditando y se
nos ocurrió la misma idea: mi sueño quizás, nos dio la llave de la historia de
la piedra con la garra del oso.
José Beille
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