samedi 17 octobre 2015

El ladrón de alma

Se encontraron en una sala de baile donde unas amigas que no se conocían respectivamente los habían llevado para divertirlos, pensando que una vida llena consistía en una casa compartida y tener alguíen siempre a su lado.  A ella le gustaba mucho bailar mientras que él se encontraba ahí sin verdadero gusto, sólo había visto eso como una posibilidad para encontrar a gente simpática y, quizàs, a una mujer que sería la mujer dócil y mansa que había querido siempre, solo habiendo reforzado su divorcio este deseo. Se sonrieron, hablaron un poco de cosas y otras,  después de una semana él la  invitó al restaurante.


Esta vez hablaron más, de su vida y de su matrimonio infeliz a los dos, de lo que querían hacer, y se les ocurrió que todo lo que pensaban era más o menos lo mismo. Ella le dijo su amor por la belleza de las ciudades italianas y del idioma italiano que hablaba bastante bien porque lo había enseñado en el instituto. Él le dijo entonces el único verso de Dante que afortunadamente conocía y eso fue el sésamo que abr completamente la puerta entreabierta.  
Era un hombre bastante guapo que tenía diez años más que ella, lo que le pareció tranquilizador, y ojos azules  en los cuales ella sólo vio amor. Parecía tan amable y atento que ella, por primera vez desde hacía tantos años, se dijo que había encontrado al hombre con quien podría al fin pasar los años que le quedaban para vivir tranquila y sin pasión. Pasión o lo que le parecía ser pasión la había destrozado muchas veces antes y ahora no quería conocer sino un acuerdo tranquilo y una comunidad de gustos.  

Para sus hijos la sorpresa no fue tan grande porque sabían que la madre no era feliz viviendo sola y encontraba a mucha gente para no quedarse así. Aceptaron al ‘novio’ con una simpatía un poco forzada, pero viendo a la madre que parecía de nuevo animada y feliz se dijeron que, a pesar de todo, eso estaba bien. Se fueron acostumbrando poco a poco a este nuevo carácter tan diferente que les parecía siempre para ella más como un padre que como un posible amante o marido.   

Él se instaló en su casa tres meses después del encuentro. La ayudó mucho en el jardín y compró un olivo que sustituyó al viejo cerezo que sin embargo daba siempre pequeñas pero sabrosas cerezas. Uno después de otro, los muebles de la casa fueron desapareciendo, reemplazados por los suyos,  las pinturas ingenuas en las paredes que le había hecho su hermana le fueron devueltas, la bicicleta de su hijo fue dada un día a los traperos.

En menos de tres años la casa se trasformó a su gusto, algunos amigos desaparecieron también, reemplazados por otros amigos, menos numerosos,  que él le presentó. Se fueron lejos los alegres aperitivos que ella queria hacer bajo el cenador, las comidas y las risas en el jardín por la tarde, las noches pasadas bailando con amigos, las largas llamadas telefónicas a su familia, los vestidos demasiado sorprendentes que le gustaban tanto. En adelante los dos comían dentro de la casa aún durante el verano, se iban al dormitorio temprano después del programa tele que él eligia solo. Se quitaban los zapatos al entrar en la casa limpia y cogían otras zapatillas para entrar al dormitorio. Ya no habia más flores en la cocina ni fruta en la mesa, ni helados en la nevera, ni postre para los amigos que ya no venían tanto. Las comidas eran biológicas y sin variedad,  lo  que al principio era una oportunidad de bromas amables de parte de sus hijos se volvió ocasión de ira para ellos cuando vieron que la madre no sabía más lo que quería comer o beber. Sus protestas bastante frecuentes durante los primeros años de vida común se volvieron cada dia más raras como si estuviera agotada de oponerse siempre a la voluntad terca del hombre de la casa. Hablaba poco y sonreía menos, a veces con nervosidad. Ella que tenía tanto ánimo en los años que se ocupaba sola de sus hijos mientras trabajaba no parecía tener más.

Vino un día en que nadie sonr más de esta trasformación. Nadie sabía que hacer o decirle para mostrarle lo que había perdido y lo que iba a perder aún más con esta nueva vida. Las pocas tentativas para hablarle fueron mal recibidas y al pensar que todo eso podía ser su deseo profundo sus amigas de lejos se sentían tristes como si hubieran sido traicionadas.
Por lo tanto se vieron menos; ya ella que las invitaba poco a casa las invitó aún menos y el círculo se redujo aún más.  La vieron alejarse y, a veces, las amigas que la querían pensaban en aquel cuento escrito por el autor del Sur que todas habían leido cuando estaban en la escuela. Tenía un final tan triste que mostraba bien la fatalidad de una lucha desigual. Luchó durante toda la noche la cabrita y a la mañana siguiente el lobo se la comió
Al año siguiente no deseo conducir más el coche. Y hacer llamadas de verdad no era necesario, y después, a quién darlas. Ir de compras, cocinar, todo era mucho mejor si lo hacía él e insistió tanto para hacerlo con amabilidad que no admitía ninguna oposición que rebelión, de hecho, no había ninguna.

Y por fin llegó el día en que, al volver a casa, encontró otro nombre en la bonita puerta de madera que daba a su jardin.
                                      Odile 

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