MI OLFATO
¿Crees en la reencarnación? ¡Yo, claro que si!
Si volviera a
nacer en otra nueva vida, me gustaría correr, napias colgadas al suelo,
zigzagueando debajo de los robles, en el cuerpo de un perro cazador de trufas…
O quizás me gustaría también estar empleada como “Nariz” (creadora de perfumes)
en casa de Dior o Lanvin, inhalando y mezclando las esencias sutiles y divinas del
jazmín, pachulí, bergamota y mirra,
sus nombres son sinónimos de ensueños orientales.
Aunque sea menos poderoso en comparación con el
órgano de cualquier perro, mi olfato, si no me permite de seguir una pista que
señala los limites de mi territorio (…aunque… aunque…), ni de poner mis napias
húmedas sobre cada persona o cado objeto para reconocerlos (…admitamos que sería totalmente inconveniente…), me
transmite al menos una infinidad de informaciones sobre mis relaciones con los
otros, con mis alimentos, y sobre todo con mis recuerdos.
Como el feto que percibe, in vitro, el olor de su madre, y la reconoce después de su nacimiento, sería
capaz de reconocer entre mil otras la huella perfumada de “Ma Griffe” de Carven, difundida por el frufrú de
las vueltas y revueltas de la falda
amplia de tafetán de mi madre cuando se
preparaba para el baile, y daba en las mejillas de la pequeña
niña que era, una infinidad de besos ligeros, alegres y fragantes.
El olfato vehicula tantas emociones, e intensas
alegrías. Vahos poderosos a tierra y musgo de los hongos en los bosques de las
Landas, olor a cripta y cirio que se consuma en la iglesia románica de Autun,
emanación acre, tenaz, inquietante de azufre en el diabólico cráter del
Vulcano, delicioso aroma que persiste sobre mis dedos, después de una cena de
gambas flameadas con Calvados en un restaurante a orillas del mar en la Isla
Lipari: tantos olores, tantos recuerdos indelebles, de grande precisión, que me encantan y me procuran un inmenso
placer.
“Para mi última cena “… cantaba Jacques Brel…
“Guardaré nada más para vestir mi alma, que la idea de un rosal y un nombre de
mujer (las rosas exaltantes del Alhambra, quizás, ¡qué me hundieron en
éxtasis!)
Pero, hay que ser realista ¡Tu olfato puede gástate
una broma! Debes soportar estoicamente el tormento del tufo de sudor, de ajo,
de vino, de pescado o peor, de pedo, de tu vecino de la derecha, en un cine, o en avión.
¡Me importa poco! Este apéndice extraño, misterioso,
mal conocido, que se apropia del mundo exterior y que me lo transmite con
emociones, es mi sentido preferido, mejor dicho, esencial, vital... Por eso, mi
credo es:¡Viva la reencarnación!…¡Viva los perros!... y ¡Viva
las trufas!…
Andrée
Pierrisnard
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