mercredi 7 octobre 2015

Mejor Entrada

MI OLFATO


¿Crees en la reencarnación? ¡Yo, claro que si!
Si  volviera a nacer en otra nueva vida, me gustaría correr, napias colgadas al suelo, zigzagueando debajo de los robles, en el cuerpo de un perro cazador de trufas… O quizás me gustaría también estar empleada como “Nariz” (creadora de perfumes) en casa de Dior o Lanvin, inhalando y mezclando las esencias sutiles y  divinas del  jazmín, pachulí, bergamota y mirra,  sus nombres son sinónimos de ensueños orientales.
Aunque sea menos poderoso en comparación con el órgano de cualquier perro, mi olfato, si no me permite de seguir una pista que señala los limites de mi territorio (…aunque… aunque…), ni de poner mis napias húmedas sobre cada persona o cado objeto para reconocerlos (…admitamos  que sería totalmente inconveniente…), me transmite al menos una infinidad de informaciones sobre mis relaciones con los otros, con mis alimentos, y sobre todo con mis recuerdos.
Como el feto que percibe, in vitro, el olor  de su madre, y  la reconoce después de su nacimiento, sería capaz de reconocer entre mil otras la huella perfumada de “Ma  Griffe” de Carven, difundida por el frufrú de las  vueltas y revueltas de la falda amplia de tafetán  de mi madre cuando se preparaba  para el  baile, y daba en las mejillas de la pequeña niña que era, una infinidad de besos ligeros, alegres y fragantes.
El olfato vehicula tantas emociones, e intensas alegrías. Vahos poderosos a tierra y musgo de los hongos en los bosques de las Landas, olor a cripta y cirio que se consuma en la iglesia románica de Autun, emanación acre, tenaz, inquietante de azufre en el diabólico cráter del Vulcano, delicioso aroma que persiste sobre mis dedos, después de una cena de gambas flameadas con Calvados en un restaurante a orillas del mar en la Isla Lipari: tantos olores, tantos recuerdos indelebles, de grande precisión,  que me encantan y me procuran un inmenso placer.
“Para mi última cena “… cantaba Jacques Brel… “Guardaré nada más para vestir mi alma, que la idea de un rosal y un nombre de mujer (las rosas exaltantes del Alhambra, quizás, ¡qué me hundieron en éxtasis!)
Pero, hay que ser realista ¡Tu olfato puede gástate una broma! Debes soportar estoicamente el tormento del tufo de sudor, de ajo, de vino, de pescado o peor, de pedo, de tu vecino de  la derecha, en un cine, o en avión.
¡Me importa poco! Este apéndice extraño, misterioso, mal conocido, que se apropia del mundo exterior y que me lo transmite con emociones, es mi sentido preferido, mejor dicho, esencial, vital... Por eso, mi credo es:¡Viva la reencarnación!…¡Viva los perros!... y  ¡Viva  las trufas!…
                                                                                                             Andrée Pierrisnard

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire