En este momento fue cuando un coche llegó, parándose en un chirriar de
frenos. Bajaron cuatro personas, el chofer y una pareja con un chiquillo,
riendo y discutiendo mientras sacaban el equipaje.
Unos minutos después, el chofer, un joven con una coleta sujetada por un
collar de cuentitas de madera regresó, y se aproximó.
- ¿Qué está haciendo aquí, señora?
- Espero un taxi.
- Pero taxis, no los habrá en seguida, llegarán para el próximo barco, si quiere,
puedo llevarla hasta la parada.
Mi asombro debió notarse ya que el joven me dijo:
- Sabe, hace más de dos décadas que no mato a nadie.
- No tengo miedo para nada, es que me admiro por su amabilidad.
Reímos los dos mientras me acomodaba en el coche y él se ocupaba de mi
maleta.
Entonces, como si nos conociéramos desde hacía tiempo, empezamos a hablar,
de nosotros, de la ciudad, Alcúdia que yo no conocía y a la que, él, venía a pasar
temporadas con su familia.
- Me llamo Antoni, soy artista, vivo en Barcelona. ¿Y tú?
Hablamos de pintura, su pasión, de lectura, la mía, de nuestro entusiasmo
compartido por los viajes, de los lugares a que habíamos ido.
- ¿Viajas siempre sola?
- No, pero tengo que confesar que, desde que lo hago, me gusta esta
libertad.
- ¡Tienes valor para irte así!....
- ¿Solita y viejita? ¿Y tú, necesitas valor para hacer lo que te gusta?
- Ya estamos, ¿vamos?
Aparcó el coche, sacó mi maleta y fuimos hasta el primer taxi de la fila. Antoni
me cogió por el hombro y, acercándose al taxista le dice:
-Hola, buenos días, ¡hombre! Mi tía va a Palma, pero no quiero que la pasee
por la ciudad, para alargarle el trayecto. ¡Ojo! que ella conoce bastante bien
el lugar.
Por poco, casi se mosquea el chofer:
-¡El precio lo marca el taxímetro, señor!
- Pues, bien.
Y, dirigiéndose a mí:
Extraída de internet |
- Dime, tía, ¿no te falta nada? No se te olvide llamarme al llegar al
hotel; ¿de acuerdo?
- Por supuesto, como de costumbre, y tú, ¿vas en seguida a la playa?
- No sé, ¿viste el cielo que se pone color de pizarra? Quizá espere a que pase
la tormenta.
Entonces, nos dimos besos afectuosos y, ya cuando se iba, le grité:
- ¡Pórtate bien Antoni!
El taxi se colaba entre el tráfico cuando el chofer, mirándome en el
retrovisor, me dijo:
- ¡Ah, señora, cuánto la quiere su sobrino!
Mónica M.
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