lundi 2 juin 2014

Concurso de cuentos "Rómulo Gallegos"

  La garra del oso

Vuelvo a verme, joven escolar, siguiendo a mi madre al cementerio de mi pueblo Casabajo, al pie del acantilado abrupto en el cual está el pueblo Casarriba. Me gusta mucho pasear por la sombra de los cipreses y fisgonear entre los misteriosos rincones entre viejas piedras esculpidas y cruces labradas. Hoy, una piedra cubierta de musgo me llama la atención. Al rascar la cubierta vegetal, descubro la huella un poco borrada de una garra de oso: quizás,  visto el tamaño, la lápida de un niño; pero sin nombre ni fecha. Guardé el secreto de mi descubrimiento excepto para mi amiga Magalie. Después de aquel día, durante nuestros años de juventud en el pueblo, volvimos juntos a ver la piedra y a debatir sobre su origen.
José Beille
Más tarde, adolescentes, frecuentamos los bailes de los pueblos cercanos. Un día, por primera vez, fuimos a la “Fiesta del Oso” en Casarriba. En la plaza del pueblo vimos árboles decorados con banderas, farolillos, parejas bailando al son de la música de una orquesta,  mujeres y niñas con trajes folclóricos, hombres y niños vestidos de pastores o llevando máscaras de oso. Encontramos una caseta de juego de masacre y jugamos a tirar balas de trapos contra muñecos de oso. Luego en el estrado de otra caseta un domador tenía un oso atado con cadena. Bailaba sobre las patas traseras,  al son del tamboril de su dueño. El telón bajó y volvió a levantarse con un niño vigilando unas marionetas de ovejas y tocaba un caramillo. De repente un  oso salió desde un bosque de árboles de cartón. Corrió detrás de las ovejas. El chico atacó la fiera con su instrumento, gritaba y llamaba a su padre. El pastor llegó corriendo, amenazó el animal con su escopeta, el cual se levantó y  cogió al niño en los brazos. Sujetándole,  se movió hacia atrás, hacia atrás. Dio varias vueltas por el  estrado, y...se cayó de espalda. El pequeño se escapó, el pastor le pegó un tiro al oso y  lo mató. El hijo saltó en los brazos de su padre. Cayó el telón  y la gente aplaudió. Luego, comimos unas rajas de salchichón, parilladas de carne y bailamos varios corros endiablados. Nos fuimos  a las fueras del pueblo para descansar a la sombra de un árbol. Puse la cabeza en el hombro de Magalie, soñé con el espectáculo del oso atacando al niño. Soñé...
...El pastor de Casarriba dejó a su hijo cuidando el rebaño de ovejas. El joven estaba sentado en una piedra a la sombra de un árbol. Tocaba  música aprendida en la escuela con un caramillo. De repente,  apareció el oso, mató una oveja de un patazo. El chico atacó el oso con su caramillo, gritaba, llamaba a su padre. El pastor le oyó, cogió su escopeta, se precipitó hacia el pasto. Amenazó el oso con la escopeta, el cual se levantó en patas traseras, cogió al niño en los brazos: se movió hacia atrás,  atrás… y de repente cayeron de la cumbre del acantilado al precipicio donde estaba el pueblo de Casabajo.
El sepulturero de Casabajo trabajaba no lejos del cementerio, al pie del acantilado.  Hizo un macabro descubrimiento en el fondo de su jardín: el cuerpo de un niño dislocado, ensangrentado, con todavía plantadas en su pecho las garras de una pata de oso arrancada. Pasado su estupor, el hombre pensó que debía dar sepultura cristiana al niño. Sabía que era necesario hacerlo en secreto: en esos tiempos turbados de la Edad Media la peste hacía estragos en el sur del país. Se prohibió la entrada al pueblo de los  forasteros y de encontrar algún muerto, hacía falta quemarlo. Llevó el pequeño cuerpo con las garras del oso hacia el cementerio en una carretilla. Abrió una pequeña tumba donde dejó el cuerpo. Puso sobre la tumba una piedra de la talla del niño y de un golpe hábil de cincel, esculpió una garra de oso. Ninguna inscripción, ni  fecha. El sepulturero escondió la piedra debajo de ramas muertas.
Me desperté de repente y conté mi sueño a Magalie. Nos quedamos mucho tiempo meditando y se nos ocurrió la misma idea: mi sueño quizás, nos dio la llave de la historia de la piedra con la garra del oso.
                                                                                                                                                   José Beille
                                                   

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