Nació y pasó su infancia en Buenos Aires. Hijo de músicos argentinos exiliados, terminó de crecer en Granada, en cuya universidad fue profesor de literatura latinoamericana.
A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche (2015), Finalista del Premio Herralde. Sus siguientes novelas fueron La vida en las ventanas (2002) edición revisada en 2016); la autofficción familiar Una vez Argentina (2003), nuevamente Finalista del Premio Herralde; El viajero del siglo (2009) que obtuvo el Premio Alfaguara, el Premio Tormenta y el Premio Crítica.
También escribe en el mundo de cuentos El que espera (2000); El último minuto (2001, revisada en 2007); Alumbramiento (2006); Hacerse el muerto (2011): El fin de la lectura publicado en varios países. La antología de sus cuentos fue traducida en inglés y fue premiada en Estados Unidos con el Firecracker Award. Anatomía sensible (2019) libro de piezas breves.
Como poeta ha publicado Métodos de la noche (1998); El jugador de billar (2000); El tobogán (2002); La canción del antílope (2003); Mística abajo (2008); también la colección de haikus urbanos Gotas negras (2003); los Sonetos del extraños (2007). El libro Al otro lado (2011) contiene breve selección de sus poemas, musicados y cantados por Juan Trova; No sé por qué (2013); Vivir de oído (2018).
Un libro de viajes por Latinoamérica Cómo viajar sin ver (2010).
Algunas cosas que dice en sus entrevistas:
Mi madre se llamaba Delia Galán, y como está muerta, necesitamos revivirla cada día, así que hoy revive al pronunciar su nombre.
La razón por la que aterrizamos en Granada cuando mis padres decidieron exiliarse de Argentina, fue, además de la legendaria belleza de la ciudad, su fama de lugar acogedor, su universidad —pensando en el futuro de sus dos hijos—, que había una orquesta que se estaba formando, la OCG, y de la que mi madre formó parte desde su segundo año de existencia.
La música para mí ha sido un lenguaje familiar y un medio de transporte, además de un arte. Eso me ha abocado a una especie de vida de frontera. Desde entonces mi casa ha sido un puente. Yo no puedo elegir entre orillas —tema de las dicotomías—. A mí la pregunta “¿de dónde eres?” no me sirve como punto de partida. Sí la manera de comunicar mis orillas. A veces vivo en un puente; otras, por circunstancias, estoy más cerca de ésta o de la otra orilla; otras justo en medio y otras veces me quiero tirar por el puente y que alguien me alcance un salvavidas, pero siempre existe esta relación entre ambas. Esta realidad está presente cada minuto de mi vida: cuando hablo, pienso o me emociono. Mi madre encarnó eso de forma radical, porque nació en una orilla y murió en la otra. No se puede elegir entre la cuna y la tumba de tu madre.
Me planteo las novelas como un método de estudio. Puede ser un estudio de personaje, de una época, de una emoción, pero hay un enorme trabajo sistemático en una novela, al menos como yo la entiendo. Lo que me atrae de la ciencia es el asombro radical: no da nada por sentado. Y es ahí donde ciencia y poesía se encuentran. Desde esa óptica toda ciencia es poética, porque se asombra una por una de todas y cada una de las cosas de este mundo y sus manifestaciones, y además trabaja con lo desconocido. Se tiende a pensar que la ciencia trabaja solamente con la certeza, pero esa es una visión retrospectiva: la ciencia nos va dejando certezas a posteriori. Pero desde presente hacia adelante sólo tiene incertidumbres; se centra en lo que no conocemos.
Con la música la palabra cobra el cuerpo que buscaba. La palabra tiene algo de fantasmagórico, en el sentido de que es trágicamente inmaterial y sin embargo crea presencias continuamente.
La música, a pesar de que suela considerarse un ente inmaterial, es enormemente física, porque se produce con el cuerpo o sale del cuerpo y llega él de forma más directa. En el caso del canto, el modo en que sale del cuerpo es muy evidente, al igual que sucede con los instrumentos de viento, que se produce gracias a algo tan íntimo como es el aire, del que también estamos hechos. Y en los otros instrumentos, con las manos, con el roce… En mi familia, por el contacto que teníamos con la música, siempre nos produjo rebeldía esta idea de que es abstracta, el gran malentendido de quienes no conviven con ella. Me he criado con una violinista y con un oboísta. Para mí la música eran los callos de mi madre, la herida en su cuello y sus problemas cervicales o de vista; cómo mi padre tenía que limar las cañas como un artesano, cómo soplaba el instrumento cuando el aire y la saliva se atascaban… ¿Qué tiene de abstracto todo esto? Lo abstracto es la armonía, es el lenguaje, la sintaxis musical… Pero eso es apenas un instrumental, no la música en sí misma. La música sale del cuerpo y llega al cuerpo. Muestra de forma más carnal lo que la literatura hace de una manera diferente, a pesar de que la literatura también nos pueda afectar físicamente, pongo por caso, haciéndonos llorar.
Por ejemplo, cuando músicas un poema es como si el fantasma volviera a tener pies, y ritmo. Y te diría que sí, que cuando escribo, ignoro si por deformación familiar o por inclinación personal, tengo una permanente sensación cantabile, por expresarlo de forma musical, la sensación de que el fraseo que me gusta está a punto de querer cantar, y que hay una partitura sin duda en la sintaxis, una simetría, y también asonancias, pero que todo, incluyendo el desorden, tiene una armonía secreta. El arte de la escritura tiene mucho que ver con eso, con crear estructuras muy armónicas y equilibradas, incluyendo los desequilibrios que las contrapesan, y que están destinadas a emocionarte de manera totalmente instintiva e irracional. La escritura, al igual que la composición musical, trabaja con herramientas enormemente técnicas: ritmo, fraseo, compás… las cuales tienen, sin embargo, una infinita capacidad emocional y espiritual.
El oído es un órgano poderosísimo donde está el alma secreta de las cosas; además, es un órgano que, excepto en los momentos musicales de nuestra vida, subestimamos. El resto de los sentidos está más presente en nuestra vida no artística (la vista, la gran dictadora de nuestro tiempo, pero también el propio gusto, el tacto, desesperadamente necesario en un momento pandémico como este que vivimos…).No somos plenamente consciente de hasta qué punto nos afecta ético estéticamente el oído, las 24 horas del día —ya que es el órgano que nunca descansa—. En cierto modo es la medida de todas las cosas en literatura.
Avanza hasta 12:00 para ver la entrevista hasta 30:44 que realizó en el programa argentino "Libroteca"
Programa "El Nuevo Siglo". Estudió la historia de Japón, Francia, Estados Unidos, España y Argentina, para lograr “fronteras simbólicas entre lugares que no son lindantes”. De allí saliò "Fractura".
El periodista Sergio Sarmiento en el programa ADN Opinión.
Algunos informaciones para comprender la obra del escritor:
KINTSUGI es el antiguo arte japonés de restaurar objetos rotos o deteriorados con oro. Así dignifica el objeto y su historia, convirtiéndolo en algo digno y valioso justamente por lo vivido.
El terremoto y tsunami de 2011 fueron los eventos naturales más catastróficos que Japón ha experimentado en este inicio de siglo XXI. La tragedia pudo haber sido mucho peor si todos los reactores de la central de Fukushima hubiesen estado activos en ese momento.
José Watanabe Varas nació en Laredo, un pueblo al este de Trujillo, el 17 de marzo de 1945. Falleció el 26 de abril a los 61 años. De su padre japonés aprendió el arte del haiku. Realizó una obra poética con pocas palabras que, a su vez, tenían la capacidad de hacer mágica la vida cotidiana. Además de poeta, editor de libros para niños y adolexcentes, guionista de cine y teatro, gerente del canal estatal de televisión durante el Gobierno de Transición de Perú (2000-01), y un fanático de la música en todas sus variantes.
A través de Watanabe, un japonés víctima de Hiroshima y Nagasaki, Neuman conecta países, realidades, culturas y generaciones en una historia universal de heridas y superación. Para hablar de ello ha seleccionado:
Sasaki, Takashi Fukushima. vivir el desastreEl 11 de marzo de 2011, a las 14:46 horas, Takashi Sasaki sintió una brutal sacudida. Los libros almacenados en su salón cayeron en avalancha y las puertas de la casa salieron despedidas como en una gran explosión. La costa nordeste de Japón acababa de sufrir un devastador terremoto de magnitud 9 en la escala Richter. Pero eso no era todo, apenas una hora más tarde, un gran tsunami de 38 metros de altura dejaría una estela de destrucción a su paso. Más de 15.000 vidas truncadas, más de 3.000 desaparecidos, poblaciones enteras arrasadas y el grave accidente nuclear del la central de Fukushima Daiichi.
Takashi Sasaki, profesor de español jubilado, vivía con su mujer enferma a 25 kilómetros de la central nuclear Fukushima Daiichi, dentro del espacio incluido por el gobierno japonés en la «zona de exclusión». El 80% de los 30.000 habitantes de Minamisōma se vio obligado a abandonar sus casas. Sasaki se quedó ―junto a su mujer, Yoshiko― y decidió ofrecer al mundo testimonio directo de la tragedia. A modo de diario, Sasaki narra con naturalidad su día a día en una ciudad fantasma: los problemas de suministros, la desesperante actitud del gobierno, los quehaceres diarios, la sonrisa de su pequeña nieta Ai, la solidaridad de quienes han decidido quedarse. Todo ello le obliga a plantearse problemas más profundos: qué es el patriotismo, la necesidad de ir a las raíces de los problemas, de aprovechar el terremoto para actuar de forma humana. Sasaki reflexiona con sorprendente optimismo sobre el mundo que surgirá tras las la tragedia, una esperanza que brota en forma de ciruelos florecidos y una naturaleza cuyos ritmos no se detienen.
Takashi Sasaki (Satori), que aparece brevemente como personaje en la novela (capítulo 7); y
- Otro país, de James Baldwin (que se publicó en diferentes editoriales, y hoy parece descatalogado en español).
Además, Neuman recorre varias generaciones y géneros a través de los libros elegidos:
- Camilo asciende y otros relatos, de Hebe Uhart (Interzona)
- Saliendo de la estación de Atocha, de Ben Lerner (Literatura Random)
- Cuaderno de campo, de Maríanchez (La Bella Varsovia)
- The mother of all questions (Granta Books, aún inédito en español), el nuevo libro de Rebecca Solnit, la autora de Los hombres me explican cosas.
- El tiempo regalado, de Andrea Köhler (Libros del Asteroide)
- Contra el tiempo, de Luciano Concheiro (Anagrama).
Al escritor le gusta mucho el cuento de Julio Córtazar "Diario para un cuento"
Él a su vez tambien escribe cuentos, LAS COSAS QUE NO HACEMOS es un cuentometaje
Me gusta que no hagamos las cosas que no hacemos. Me gustan nuestros planes al despertar, cuando el día se sube a la cama como un gato de luz, y que no realizamos porque nos levantamos tarde por haberlos imaginado tanto. Me gusta la cosquilla que insinúan en nuestros músculos los ejercicios que enumeramos sin practicar, los gimnasios a los que nunca vamos, los hábitos saludables que invocamos como si, deseándolos, su resplandor nos alcanzase. Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegamos a pisar, fascinados frente a un café con leche. Me gustan los restaurantes a los que no acudimos, las luces de sus velas, el sabor por venir de sus platos. Me gusta cómo queda nuestra casa cuando la describimos con reformas, sus sorprendentes muebles, su ausencia de paredes, sus colores atrevidos. Me gustan las lenguas que quisiéramos hablar y soñamos con aprender el año próximo, mientras nos sonreímos bajo la ducha. Escucho de tus labios esos dulces idiomas hipotéticos, sus palabras me llenan de razones. Me gustan todos los propósitos, declarados o secretos, que incumplimos juntos. Eso es lo que prefiero de compartir la vida. La maravilla bierta en otra parte. Las cosas que no hacemos.
Pinchen en la Página oficial para tener más información del escritor.
También
podemos seguirlo a traveés de su blog Replicas donde
nos muestra su arte de escribir.
Poeta en el país
Salgo por un tiempo de Granada, ciudad extranjera y propia. Me despido leyendo Mi pueblo y otros textos vegueros, recopilación de escritos que Lorca dedicó a su pueblo natal de la vega granadina. Revivo el temblor de la legendaria Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros, compendio de las inquietudes humanistas y sociales del poeta. Cuesta creer que ese discurso fuera pronunciado hace 80 años: «No pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Ataco desde aquí violentamente a los que sólo hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales (…). Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. (…) Cuando Dostoievski, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en Siberia, tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras». Qué actual suena la vieja sensatez. Antes de despedirse, el poeta pronuncia: «Y un saludo a todos. A los vivos y a los muertos, ya que vivos y muertos componen un país». Lorca es este país mucho más que algunos vivos.
Escribe también para el periódico El País
Palabras a una hija que no tengo
Entornaré tus ojos si prometes soñarme.
Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre:
a veces necesito saber que tienes miedo.
Cuando sepas hablar, identifícame;
diciéndome papá ya habrás hecho bastante.
En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
-no está el mundo como para negarse-;
pero apréndete esto lo más pronto que puedas:
lo habitual es el odio, o que te ignoren,
y no los caramelos.
Te enseñaré a leer fuera del aula,
y llegada la hora quiero que escribas mar
sobre los azulejos del pasillo.
Cuando por vez primera cruces la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.
No creas que, en el fondo, no soy un optimista:
si no lo fuera, entonces no estarías allí
cuidando que te cuide como debo.
Como ves, desconfío
de quienes no veneran el asombro
de estar aquí, ahora;
existe la alegría, pero duele.
Tendrás que conseguirla.
El Órbita programa que aprovechó la visita del escritor a Colombia para conocer más de “El fin de la lectura”, en la que recoge 25 cuentos y microrrelatos, y algunas reflexiones sobre este género del cual es defensor, ya que, según sus palabras, “La extrema libertad de un libro de cuentos radica en la posibilidad de empezar de cero cada pieza. Exigirle unidad equivaldría a ponerle un candado al laboratorio”.
Las dificultades de publicar
La música hace parte del escritor, bloguero y columnista con Juan Trova
Buenos Aires al vuelo
Todo comienza en la tercera planta del pasado,
la quinta puerta al fondo del olvido.Ábrela, ciérrala: hay viento suficiente
para escapar, y tiempo para entender al fin.
Las calles coloniales y todavía sucias de San Telmo
que alguien en mi nombre recorre alucinado,
los domingos en venta su sol artesanal,
aquel otro mercado (hangar de contraluces)
cuando el precio del pan subía cada tarde,
quedarme con el cambio, tan sólo dos monedas,
el grito de ese niño que me aturde
despertando algún miedo en otro idioma,
nombres que aún traduzco,
un balón de colores descendiendo,
aquel mirar vacío de cierto amigo muerto en delantal
(su cara detenida como en un papel pálido),
los varios ataúdes que me hicieron adulto,
un ladrón diferente en el espejo: esos balcones
al otro lado, asómate, del tiempo
y del aire y del plano que se acerca
a dos ojos cerrados, las luces y los pozos,
el pronto aterrizaje, su riesgo necesario,
(las calles de allá abajo y aquí dentro),
Igual que en el mercado yo quisiera
quedarme con el cambio, ser ayer
teniendo la memoria de mañana.
A mí se me hace cuento que existiera un lugar
al que pertenecer, un árbol sin raíces, una línea
que ya no tiene suelo, palpita de invisible,
traza su propio mapa en mi reverso, habla,
duele y remonta el vuelo.
Se puede escucha otras canciones del disco libro en en sitio del Juan Trova
La idea de Alguien al otro
lado surgió precisamente como sugiere su título: gracias a alguien
más, un músico, que cruzó la frontera de la página. Y leyó tarareando. Y
escuchó melodías. Y se puso a tocarlas. Andrés Neuman
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