Signos de puntuación
Quien más quien menos habrá escuchado alguna vez la conocida anécdota. El monarca Carlos V está a punto de firmar una sentencia que dice: «Perdón imposible, que cumpla su condena». Con la pluma en la mano se queda unos instantes pensativo y, en un gesto de magnanimidad regia, firma el documento, no sin antes haber desplazado la coma: «Perdón, imposible que cumpla su condena», dice ahora la sentencia. Tanto da que la historia sea cierta o sea apócrifa: lo importante es lo que cuenta. Y lo que cuenta es que una coma puede salvarnos la vida.
Según la Real Academia Española, los signos de puntuación son once: la coma, el punto, el punto y coma, los dos puntos, los puntos suspensivos, los signos de exclamación, los signos de interrogación, los paréntesis, los corchetes, las comillas y la raya. Luego están los signos llamados auxiliares, como la llave, la barra, el guion, el asterisco, el signo de párrafo, el apóstrofo, la diéresis o la tilde. Pero la pregunta fundamental sigue siendo la misma: ¿para qué sirven? Y la respuesta, como casi siempre, nos la da la historia.
La historia suele afirmar que en la Antigüedad no se usaban signos de puntuación; es más: que se escribía sin solución de continuidad, sin dejar espacios entre palabras. No habría sido hasta la Edad Media cuando los amanuenses vieron la necesidad de marcar sobre el papel ciertas inflexiones de la voz que daban sentido al discurso oral, pero que no se veían reflejadas en la escritura. El origen de los signos de puntuación provendría, pues, de una necesidad: la de reproducir fielmente la lengua hablada, evitando en la medida de lo posible la ambigüedad y el equívoco. Con ello se ganó en precisión, pero se perdió en libertad: los filólogos habían empezado a ganarle la partida a los hermeneutas.
Con la invención de la imprenta llegó la época dorada de los signos de puntuación. Se recuperaron símbolos antiguos, como el asterisco (inventado en el siglo II a. C. por Aristarco de Samotracia para anotar los poemas homéricos), y se crearon otros nuevos, como el de exclamación, formado probablemente a partir de la palabra latina Io (‘alegría, júbilo’), superponiendo una letra a otra. Los signos de puntuación se convirtieron así en el alma de la escritura (por usar una metáfora muy del agrado de los gramáticos del xviii) y poco a poco su uso se fue consolidando: la coma para marcar una pequeña inflexión prosódica, los dos puntos para indicar un alto en el camino, las rayas para señalar un inciso del emisor o las comillas para citar la palabra ajena.
Pero si la lengua es un cuerpo vivo, su alma también evoluciona. Y del mismo modo que en un diccionario hay palabras que se van para dejar paso a otras que vienen, hay signos de puntuación que están cayendo en desuso y otros que intentan ocupar su puesto. Entre los enfermos más graves, en el caso del español, están el signo de apertura exclamativo e interrogativo (que brilla por su ausencia en foros, chats o correos electrónicos) y las comillas latinas, también llamadas españolas (que ya no utilizan ni siquiera diarios como El País, que prefiere las inglesas).
Esto no quiere decir que los signos de puntuación estén en vías de extinguirse, más bien todo lo contrario. En los últimos años están viviendo una auténtica revolución, por no hablar de metempsicosis: se han dado cuenta de que la unión hace la fuerza y de que juntos pueden significar matices que nunca habían imaginado. Así, dos puntos, seguidos de un guión y de un paréntesis de cierre, pueden convertirse en signo de ironía; y si se cambian los dos puntos por un punto y coma, entonces tenemos un guiño de complicidad. Incluso la Academia se hace eco de este fenómeno en su diccionario: lo llama emoticono.
Y es el no va más en materia de signos.
Por Pablo Martín Sánchez (extraído del Centro Virtual Cervantes)
El departamento El español al día de la Real Academia se ha referido en una ocasión a la doble formulación de nuestro saludo. Lo hace en estos términos:
La expresión buenos días, que se emplea como salutación familiar durante la mañana, se puede utilizar en plural y también en singular (buen día). En España es más corriente el uso en plural, y el uso en singular prolifera en determinadas zonas del español de América, en concreto en países como Argentina o Chile. En el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), de la Real Academia Española, figuran asimismo ejemplos de buen día usados por autores pertenecientes a países como México, Colombia o Venezuela.
Algunos autores han explicado la utilización del plural en las palabras con que
se construyen las fórmulas de los saludos en español (buenos días, buenas
tardes, buenas noches) por analogía con la expresión también en
plural de las horas canónicas (maitines, laudes, vísperas). También se ha
relacionado con un «plural de respeto» o distanciamiento presente también en
otras fórmulas usadas en las relaciones personales como pueden ser saludos a
tu madre, dale recuerdos míos, ¡albricias!, ¡muchas
gracias!
Por otra parte, buenas noches es la expresión coloquial empleada como salutación y como despedida durante la noche o al irse a acostar, y buenas tardes se utiliza como salutación durante la tarde. En cuanto a buena tarde y buena noche, el uso es escaso en singular y, cuando se emplea a comienzo de frase, normalmente no se hace como salutación, sino como expresión de un deseo de que el interlocutor tenga una «buena tarde» o una «buena noche». De hecho, el propio Diccionario académico recoge una acepción de buena noche como 'la que se ha pasado con diversión, con quietud, descanso y sosiego'.
Centro Virtual Cervantes (Archivo de Foro del español)
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire