EL CLÉRIGO JUSTO PÉREZ DE URGEL Y EL DICTADOR ARGENTINO, JUNTO CON FRAGA,
PROVOCARON EL ENFADO DE LA MÍTICA ACTRIZ QUE FUE SANCIONADA
El motivo por el que Ava Gardner
abandonó Madrid: el plan que urdieron el General Perón y el abad del Valle de
los Caídos
La
serie Arde Madrid ha vuelto a poner de actualidad a uno los mitos por derecho
propio de la vida social del siglo XX: la actriz Ava Gardner. Los años que la
diva americana vivió en la capital de España son recreados por la seria de
Movistar, pero, ¿por qué abandonó el país en el que tanto disfrutó de su
libertad? En “El Cierre Digital” lo recordamos.
Ava Lavina Gardner
llegó a nuestro país por primera vez en 1950. La España de Franco vivía
prácticamente aislada del mundo internacional y la visita de la actriz tuvo
visos de fiesta nacional. Era una de las pocas personalidades extranjeras que
visitaba el país tras finalizar la Guerra Civil once años antes. La actriz
americana llegaba a Tossa de Mar para rodar la película Pandora y el holandés errante. Gardner
ya era una estrella mundial y acumulaba sobre sus espaldas tres matrimonios que
acabaron en divorcio. Durante su estancia en España, Ava vivió un publicitado
romance con el torero metido a actor
Mario Cabré. Él explotó como nadie su fugaz relación, hasta tal
punto que hoy solo se le recuerda por eso y por establecer una norma no escrita
desde entonces: toda estrella extranjera que durante la siguiente década
visitaba España acababa pasando por el estoque del torero.
La relación de Ava y España volvió a tener sabor
taurino cuando volvió a nuestro país en 1953. Entonces, el diestro elegido
fue Luis Miguel
Dominguín. Si ha habido un romance que durante años haya dado
que hablar ese fue el del matador y la actriz. Una historia de amor fou que tuvo de cabeza
a media prensa mundial. Por su culpa la entonces novia del torero, una peruana
a la que apodaban La
China intentó quitarse la vida. Además, Ava estaba en lo más
alto, o lo más bajo, según se mire, de su tormentoso matrimonio con Frank Sinatra.
La relación con el torero, como era de esperar, fue un romance tan volcánico
como pasajero. Dominguín conoció enseguida a la actriz italiana Lucía Bosé con la que se
casaría. Ava por su parte, decidió darle una nueva oportunidad a su matrimonio
con Sinatra.
Ava
con Luis Miguel Dominguín
Cuando la unión entre “la voz” y “la octava maravilla
del mundo” terminó con cajas destempladas, Ava recordó la libertad con la que
vivió en Madrid y decidió mandar a Hollywood a paseo e instalarse en nuestro
país en 1956. Viviría en la capital española 13 años. Primero en el Ritz y
luego en un chalet en la lujosa colonia de El Viso. Vivió un Madrid que ahora
reproduce la serie de Paco
León. Frente a las estrecheces económicas y la
represión sexual de la España franquista, el círculo que rodeaba a la actriz
vivía la vida con el ansia del que sabe que le queda poco tiempo. Un Madrid de
fiestas clandestinas, de las primeras reuniones criptogays y
de las juergas flamencas hasta el amanecer. Orson Welles se codeaba con los Ordóñez, mientras
Tenneesse Williams jaleaba a Lola Flores. Hollywood
tenía una delegación en la Gran Vía. Pero un día la juerga terminó para Ava.
¿Qué pasó?
Del
Ritz a El Viso
Los escándalos de Ava Gardner no gustaban a la España
oficial, pero a Franco no le convenía dar publicidad al asunto. De lo que no se
habla no existe. Si uno se asoma a las revistas de la época lo que nos cuentan
de Ava es casi angelical. Las anécdotas más jugosas se han transmitido por vía
oral. No hubo banderillero o taxista que no presumiera de haber tenido una
noche loca con la americana. Algunas de sus historias ya son leyenda por
derecho propio. El Ritz la expulsó después de que ella respondiera con una portentosa meada en la
alfombra a le negativa del recepcionista a dejarla entrar borracha.
El lujoso hotel prohibió durante años la entrada a los actores tras esa
anécdota. Cuando Victor
Mature se enteró de la peculiar normal del hotel dijo
al director del mismo: “Lea a los críticos. Según ellos no soy para nada un
actor”. El que rompió el estigma fue Antonio Banderas que
celebró en 1987 su primera boda, con Ana Leza, en el histórico edificio.
Ava puso rumbo a El Viso, pero allí se encontraría con
un vecino que no toleraba sus excesos y sus juergas hasta el amanecer: el ex
dictador argentino Juan Domingo Perón. El militar vivía su exilio gracias a la hospitalidad
de Franco. Entre dictadores era costumbre. Perón no soportaba las fiestas y las
compañías de la actriz y emitió quejas formales a El Pardo y distintos
ministros. Sin embargo, aunque su colaboración fue necesaria para la marcha de
Ava del suelo español hubo otro personaje que colaboraría aún más a su marcha:
Justo Pérez de Urbel.
Perón,
Fraga y el abad del Valle de los Caídos
Este siniestro sacerdote fue uno de los nombres que
dio peso ideológico a la dictadura. Sobre
parte de sus textos se basó la Sección Femenina de la Falange para escribir
el Manual de la buena esposa. Un libro que pone
los pelos de punta visto con la óptica de hoy. Pérez de Urbel, además, se decía
medievalista. Uno de sus textos claves (es un decir) es Historia del condado de Castilla (1945),
un libro lleno de errores y de interpretaciones torticeras de la Historia. Sin
embargo, su obra más popular fue Los mártires
de la Iglesia, donde repasaba de
modo laudatorio el papel de la Iglesia en la Guerra Civil. Años después se supo
que para este libro utilizo como negro al periodista Carlos Luis Álvarez “Candido”.
El clérigo alcanzó su mayor gloria dentro del franquismo cuando el propio Francisco Franco lo eligió para ser el abad del Valle
de los Caídos en 1958, puesto que
mantuvo hasta 1966 cuando dimitió por problemas de salud, aunque la realidad es
que no se llevaba nada bien con el nuevo líder de la Conferencia Espiscopal
española, Enrique Tarancón.
Por esas fechas Pérez de Urbel realizó una visita a
Ava en su casa de El Viso. La versión oficial dice que el clérigo acudió
llamado por Perón para intentar reconducir la vida de la “pecadora”. La actriz
en sus memorias no cita a Pérez de Urbel pero si habla de un encuentro con un
cura cuya descripción física podría encajar con el abad. Según la Gardner ese
cura sin determinar se insinuó de forma más o menos sibilina a cambio de
aplacar las iras de Perón que tanto se quejaba a Franco de la conducta de su vecina.
Tras esta escena, casualmente, Hacienda reclamó a la
actriz un millón de dólares. Una cantidad importante para la época. Manuel Fraga Iribarne,
entonces ministro de Información y Turismo, mandó llamar a la estrella. Según
la propia Ava le ofreció una rebaja en la multa y ella le mandó a paseo y
decidió hacer las maletas. “Mi tiempo aquí ha terminado”, dijo. Fraga nunca
hablaría claro de esa reunión con la actriz, pero siempre dejó caer
ambigüedades con tufillo machista sobre lo ocurrido. Pilar Cernuda en
el libro hagiográfico que publicó sobre el político gallego, Ciclón Fraga, llega
a insinuar que la actriz poco más o menos que se insinuó al ministro para
librarse de la multa.
El caso es que Ava Gardner se fue de España y nunca
más quiso volver. En sus memorias hablaba de un país en el que, a pesar de la
dictadura, ella vivió su libertad hasta el paroxismo. La Ava post-Madrid
parecía más aburrida. Se instaló en Londres y solo aceptaba algunos trabajos en
cine puramente alimenticios para poder seguir viviendo bien. En la capital
británica hizo una vida opuesta. Apenas salía. Solo de vez en cuando las revistas del corazón la
retrataban haciendo la compra o paseando en chándal por Hyde Park.
Era una Ava prematuramente envejecida, lejana de aquella que quemó Madrid
mientras se apuraba a sí misma. Nunca volvió a poner un pie en la ciudad que le
dio todo, pero de la que tuvo que huir cuando el deseo frustrado de un abad se
unió con el odio de un dictador exiliado para presionar al Gobierno franquista
para dar a la actriz donde más dolía: el bolsillo y el orgullo. Huyó antes de quemarse
la que tantos fuegos encendió.
Felipe M
Artículo
de ELCIERREDIGITAL, Periódico Digital de
Investigación (Madrid)
26 de noviembre de 2018
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