Una novela que aborda la intensa vida de Miguel de Cervantes a través de un
inquietante rival, Antonio de Segura.
Así comienza el libro:
Paseando yo un
día por la plaza de Zocodover, en Toledo, descubrí una librería anticuaria en
la que nunca hasta entonces había reparado, y eso que iba por allí con relativa
frecuencia y que la tienda tenía aspecto de ser antigua, más desde luego que
muchos de los libros que se veían en el escaparate, que en su mayor parte eran
ejemplares de segunda mano o descatalogados. Sin pensármelo mucho, me aventuré
a cruzar su umbral, atraído no solo por la extraña atmósfera que en su interior
se percibía, sino también por la muchacha que había tras el mostrador, si bien es
cierto que, una vez dentro, esta resultó no ser tan joven como yo pensaba, ni
la tienda, por cierto, tan vetusta como parecía. El caso es que, como ya había
entrado, decidí examinar el género, aunque fuera solo por encima, pues me
resultaba algo embarazoso marcharme de allí sin echar un vistazo. Y en esas
estaba cuando divisé, en uno de los estantes, un libro sobre El Greco que
llevaba ya algún tiempo buscando. Sorprendido por el hallazgo, alcé la mano
hasta el ejemplar en cuestión, lo así por el lomo y tiré del mismo con tanta
fuerza que tras él se me vino encima una especie de cartapacio que había en el
hueco de arriba y que a punto estuvo de golpearme en la cabeza y dejarme en el
sitio.
Cuando iba a
ponerlo de nuevo en su lugar, no pude evitar hojear. Se trataba de un manuscrito en lengua árabe,
encabezado por un epígrafe —en español y añadido tal vez por otra persona— que
decía: «Confesión de Antonio de Segura (1617).» Este era un oscuro personaje del Siglo de Oro
que tan solo aparece mencionado, muy de pasada, en las biografías de Cervantes
y en algún que otro libro o artículo sobre la arquitectura española de esa
época. De modo que no lo dudé; con el libro sobre El Greco y el cartapacio me
dirigí a la dependienta y le pregunté cuánto costaban, intentando disimular mi
interés. La mujer me indicó para el ejemplar un precio a todas luces
desorbitado, pero añadió, con una leve sonrisa, que los papeles antiguos me los
regalaba, ya que habían estado a punto de costarme la vida. Agradecido por el
obsequio, le pagué la cantidad señalada sin protestar y luego me despedí
deseándole una buena tarde.
... Se trataba de la confesión del mismo Segura o Sigura que, en su
juventud, había tenido un serio encontronazo con Cervantes. Es fácil, pues,
imaginar la emoción y la expectación con la que lo leí, prácticamente de una
sentada, salvo las dos veces que me levanté para ir a orinar —la próstata, ya
se sabe—, y para servirme una copa de mi mejor vino, pues la ocasión lo
merecía. El caso es que, conforme avanzaba, más convencido estaba de que se
trataba de una auténtica bomba, un acontecimiento único, algo que muy
contadas veces sucede en el mundo literario. Por ahora, no quiero adelantar nada
más, para no estropearle la lectura y para que sea usted el que juzgue por sí
mismo, una vez que lo haya acabado.
En cuanto al
contenido del manuscrito, he comprobado y cotejado los datos y referencias
relativos a la vida de Cervantes que aparecen en el texto, salvo aquellos,
naturalmente, sobre los que no existe ninguna otra documentación, que, como es
lógico, he dejado tal cual, pues, a falta de alguna prueba en contra, hemos de
concederle a Segura la presunción de veracidad.
En este sentido, hay un documento que me parece muy revelador; Antonio de Segura estuvo en la Cárcel Real de Madrid prisión durante nueve largos meses y que, durante ese tiempo, escribió la confesión que hoy presentamos. Por lo demás, cabe asegurar con total certeza que estamos ante un texto extraordinariamente valioso, dado que en él se aclaran, por fin, algunos misterios y se dan a conocer nuevos detalles de la biografía cervantina, al tiempo que adquiere cierta relevancia una figura oscura y olvidada hasta ahora.
En este sentido, hay un documento que me parece muy revelador; Antonio de Segura estuvo en la Cárcel Real de Madrid prisión durante nueve largos meses y que, durante ese tiempo, escribió la confesión que hoy presentamos. Por lo demás, cabe asegurar con total certeza que estamos ante un texto extraordinariamente valioso, dado que en él se aclaran, por fin, algunos misterios y se dan a conocer nuevos detalles de la biografía cervantina, al tiempo que adquiere cierta relevancia una figura oscura y olvidada hasta ahora.
Por último, es
posible que alguno piense que he censurado o maquillado algún pasaje incómodo o
escabroso de esta confesión o, por el contario, que yo mismo he inventado o
exagerado algún aspecto más o menos turbio, con el fin de ensombrecer la vida
del más ilustre y preclaro de nuestros escritores. A este respecto, debo decir
que, aunque no tienen razón, tampoco puedo hacerles ningún reproche por pensar
así, pues lo cierto es que, en este momento, no estoy en condiciones de aportar
ni una sola prueba de lo que aquí digo, y menos aún de la existencia del
manuscrito. De hecho, ni siquiera mis editores acaban de creerse esta historia,
no ya la que cuenta Antonio de Segura en su confesión, sino la que se refiere
al hallazgo del texto autógrafo. El motivo es que no he podido mostrárselo,
dado que me lo robaron justo después de preparar la edición.
Yo estaba de
viaje, y, cuando volví a casa, el cartapacio y mi ordenador portátil habían
desaparecido. Por fortuna, guardaba una transcripción de la misma en un pendrive
que siempre llevo encima. Gracias a ella, se ha podido publicar el libro que
ahora tiene usted en sus manos y que le ruego lea con la atención y la
confianza que este merece, si bien debo advertir que, para curarse en salud y
evitar posibles problemas legales, los editores me han obligado a publicarlo
bajo mi propio nombre y con un título más o menos sugerente, como si se tratara
de una novela, pues así ellos se quedan más tranquilos y contraen menos
responsabilidades con los lectores. Todo sea para la mayor gloria de Miguel de
Cervantes y, por supuesto, del propio Antonio de Segura.
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