Al principio fue un largo, inesperado, apagón de cinco horas. Caracas
parecía un hormiguero destapado. Más allá de las citas canceladas, los cheques
sin cobrar, la comida descompuesta y el colapso del metro, Miguel Ardiles
recuerda ese día con una ternura casi paternal: la ciudad sintió el estupor de
ser cueva y laberinto.
En los meses siguientes, a medida que los apagones se repetían, los
habitantes fueron dibujando sus primeros bisontes, marcando con piedras los
recodos familiares del recinto. Luego el Gobierno anunció el plan de
racionamiento de energía. Los voceros de la oposición no tardaron en recordar
la situación de Cuba en los años noventa y cómo el plan de cortes eléctricos
que implementaron durante el periodo especial era idéntico al que se iba a
aplicar en Venezuela.
El anuncio se hizo a la medianoche del miércoles 13 de enero de 2010.
Dos días después, Miguel Ardiles se encontraba en el Chef Woo con Matías Rye. Como todos los viernes en la noche, después de ver al último paciente, se iba a los chinos de Los Palos Grandes a esperarlo. Matías Rye dictaba talleres de escritura creativa en un instituto de la zona. Estaba por empezar su más ambicioso proyecto, The Night: una novela policial que involucionaría hacia el género gótico. El título lo había tomado prestado de una canción de Morphine y buscaba trasladar los matices de esta banda a su escritura: entrar en el horror como quien poco a poco se adormece y le da la espalda a la vida.
Rye declaraba la muerte del policial clásico.
—Desde «Los crímenes de la calle Morgue», de 1841, hasta «La muerte y la
brújula», de 1942, se completa el ciclo. Con ese cuento, Borges clausura el
género. Lönnrot es un detective que lee novelas
y relatos policiales. Un imbécil que muere por confundir la realidad con la
literatura. Es el Quijote del relato policial.
—En este país, escribir novelas policiales es un acto inverosímil,
condenado al fracaso — agregaba—. ¿Cuántos casos de los que tú ves todos los
días se resuelven, Miguel? ¿Quién puede creer que la policía de esta ciudad
alguna vez va a encarcelar a un criminal?
Rye pareció recordar algo.
—¿Cuándo te llevan al Monstruo? —había bajado la voz.
—No sé aún. El presidente llamó personalmente a la Medicatura Forense para
informarse sobre el caso. Sabes que Camejo Salas es su amigo.
—¿El presidente llamó a Johnny Campos?
—Ajá. No creo que sirva de nada mi informe, sea cual sea el resultado.
—Campos es una rata.
—Dicen que el asunto del tráfico de órganos llegó a oídos del presidente. Solo
con eso, lo tiene amarrado.
—La mierda.
—Total.
Las luces parpadearon y el restaurante quedó a oscuras. Hubo una ola de gritos y de carcajadas y luego, atenuadas por el apagón, las conversaciones se fueron reanudando en un tono menor, de intriga. Uno de los mesoneros cerró la reja del local, mientras Marcos, el dueño, armado con una pequeña linterna, sacaba la cuenta de todas las mesas. En pocos minutos, el Chef Woo quedó casi vacío, su cuadro denso solo tachonado por los cigarrillos de los últimos clientes, los habituales, los de confianza.
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