samedi 19 novembre 2016

Fragmento de la novela "The Night" de Rodrigo Blanco Calderón

Al principio fue un largo, inesperado, apagón de cinco horas. Caracas parecía un hormiguero destapado. Más allá de las citas canceladas, los cheques sin cobrar, la comida descompuesta y el colapso del metro, Miguel Ardiles recuerda ese día con una ternura casi paternal: la ciudad sintió el estupor de ser cueva y laberinto.

En los meses siguientes, a medida que los apagones se repetían, los habitantes fueron dibujando sus primeros bisontes, marcando con piedras los recodos familiares del recinto. Luego el Gobierno anunció el plan de racionamiento de energía. Los voceros de la oposición no tardaron en recordar la situación de Cuba en los años noventa y cómo el plan de cortes eléctricos que implementaron durante el periodo especial era idéntico al que se iba a aplicar en Venezuela.
El anuncio se hizo a la medianoche del miércoles 13 de enero de 2010.

Dos días después, Miguel Ardiles se encontraba en el Chef Woo con Matías Rye. Como todos los viernes en la noche, después de ver al último paciente, se iba a los chinos de Los Palos Grandes a esperarlo. Matías Rye dictaba talleres de escritura creativa en un instituto de la zona. Estaba por empezar su más ambicioso proyecto, The Night: una novela policial que involucionaría hacia el género gótico. El título lo había tomado prestado de una canción de Morphine y buscaba trasladar los matices de esta banda a su escritura: entrar en el horror como quien poco a poco se adormece y le da la espalda a la vida.
Rye declaraba la muerte del policial clásico.
—Desde «Los crímenes de la calle Morgue», de 1841, hasta «La muerte y la brújula», de 1942, se completa el ciclo. Con ese cuento, Borges clausura el género. Lönnrot es un detective que lee novelas
y relatos policiales. Un imbécil que muere por confundir la realidad con la literatura. Es el Quijote del relato policial.
La única alternativa, según él, era el realismo gótico.
—En este país, escribir novelas policiales es un acto inverosímil, condenado al fracaso — agregaba—. ¿Cuántos casos de los que tú ves todos los días se resuelven, Miguel? ¿Quién puede creer que la policía de esta ciudad alguna vez va a encarcelar a un criminal?
Rye pareció recordar algo.
—¿Cuándo te llevan al Monstruo? —había bajado la voz.
—No sé aún. El presidente llamó personalmente a la Medicatura Forense para informarse sobre el caso. Sabes que Camejo Salas es su amigo.
—¿El presidente llamó a Johnny Campos?
—Ajá. No creo que sirva de nada mi informe, sea cual sea el resultado.
—Campos es una rata.
—Dicen que el asunto del tráfico de órganos llegó a oídos del presidente. Solo con eso, lo tiene amarrado.
—La mierda.
—Total.

Las luces parpadearon y el restaurante quedó a oscuras. Hubo una ola de gritos y de carcajadas y luego, atenuadas por el apagón, las conversaciones se fueron reanudando en un tono menor, de intriga. Uno de los mesoneros cerró la reja del local, mientras Marcos, el dueño, armado con una pequeña linterna, sacaba la cuenta de todas las mesas. En pocos minutos, el Chef Woo quedó casi vacío, su cuadro denso solo tachonado por los cigarrillos de los últimos clientes, los habituales, los de confianza.

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