Volví a leer «el llano en llamas, y el cuento que
más me emocionó es Luvina.
¡Cuán
musical esta palabra! En un primer tiempo evoca a una mujer joven y hermosa
pero es de un lugar que se trata.
A lo largo
del texto, un hombre bebiendo en una tienda habla de aquel lugar a un viajero
que bebe al lado suyo.
Trata de
describir este sitio en que vivió con su familia. El monólogo del hombre, para mí,
está hecho de los recuerdos de Juan Rulfo que nos hace vivir en el área con sus
imágenes, auditivas, a menudo, como ruidos de animales que muerden, rascan,
raspan; el viento no es viento, es animal agresivo, ruidoso, o plantas hechas
garras. Sin darme cuenta entro en el fantasma pasado que se mezcla a la
realidad presente, hay realidad; los niños jugando afuera, los comejenes
atraídos por la luz...
Del pasado, quedan recuerdos que el autor traduce por palabras negativas: sin (un árbol), nunca (verá un cielo azul), no, nada más, tan poco...
Los
adjetivos son raros pero expresivos del desconsuelo del sitio, “donde anida la
tristeza” la piedra gris, los días fríos, la tierra empinada, el viento pardo,
el aire negro...
Fotografía de J. Rulfo |
Él y su familia se habían ido de Luvina, y
el hombre, antes de que se marchasen, había tratado de convencer a los viejos
de irse también; en la tienda, el hombre quisiera disuadir al viajero que fuera
a Luvina, pero este (que no había contestado a las palabras del hombre, se
recostó sobre la mesa y se quedó dormido.
Mónica (La Tertulia)
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