Despertado desde hacía casi media hora, seguía
oyendo el diluvio desenfrenado de la lluvia cayendo desde la víspera y
corriendo a raudales por la calle. Ni siquiera me daba ganas de abrir los ojos
y, menos aún las cortinas; Había dormido la mona pero todavía sentía el
malestar de la curda.
Pues, me levanté y me colé un café negro; cuando
el olor vigoroso llenó el pequeñito cuarto,, me sentí vivo de nuevo, curiosa
impresión !
Qué había pasado en la víspera ? Llovía, eso, sí,
y más aún, un aguacero violento acompañaba el fragor de los truenos cuando
había entrado en la casa por el portal, pero, antes ?
Poco a poco, se formaron en mi mente imágenes
sueltas, raras y familiares a la vez: nuestra cuadrilla de inseparables en el
garito del viejo Bobi, la música ensordecedora, los chistes chabacanos,
Antonio, Juanito y Alberto bailando con chicas lindas y, sentados en taburetes
delante de la barra, dos o tres de la pandilla con yo y Verónica-más hermosa
que un sol- apoyada en mi hombro, con su mano puesta sobre la mía, todos
soplando copa tras copa el especial vino peleón de Bobi.
Poco tiempo después, Pablo que todavía no
habíamos visto, entró en el local por la puerta trasera, atravesó la sala con
su andar principesco; como siempre, iba vestido con una elegancia rebuscada, la
americana nueva haciendo juego con el pantalón y el bolsillito de seda,
avanzaba derecho como un palo, cambiando, aquí y allí unas palabras con los
bailadores, tocando los cabellos o el cuello de las chicas. Se estaba acercando
a la barra, cuando sentí como Verónica se estremecía y se apartaba vivamente de
mí, Alberto, observador atento me dio un codazo y nos propuso que nos fuéramos,
ya que el chubasco había amainado, no comprendía sus reacciones, pero me fiaba
de él así que pagué las rondas y salí con los otros, haciendo como si todo
fuera normal.
Habíamos recorrido apenas cien metros cuando
oímos pasos precipitados y gritos detrás de nuestro grupo ; era Pablo que
vociferaba mi nombre; en este momento, lo comprendí todo: Pablo debió avistar a
mí y a su querida Verónica, pudo imaginar una relación turbia entre los dos,
conocíamos todos el carácter colérico de Pablo y sus accesos de rabia, Verónica
rompió a llorar sin que pudiéramos tranquilizarla, nos importaba más el
comportamiento de Pablo, preso de sus celos; en este momento, poniendo su mano
en el bolsillo de su americana, sacó una pistola y la blandió hacia mí,
voceando agravios estúpidos y groseros, yo, abrumado por el miedo estaba
incapaz de cualquier acción, felizmente, Alberto, Juanito y Antonio lo
atraparon y le mantuvieron los brazos en la espalda, el energúmeno, olvidado de
su elegancia, forcejeaba como un diablo, pero, entre los tres y para bajarle
los humos, lo empujaron debajo de un canalón que vertió a cántaros el agua de los techos en su cabeza.
La escena nos provocó una risa loca colectiva que
no podíamos parar, por supuesto, Pablo y Verónica no nos siguieron el regocijo
, y nos dispersamos unos y otros hacia nuestras casas.
Hasta la próxima, amigos !
Monica, La
Tertulia, 20/06/2019
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